top of page
Buscar

La desigualdad entre la niñez y la falacia de la meritocracia

Foto del escritor: Círculo de Derechos Humanos - UNMSMCírculo de Derechos Humanos - UNMSM

Emerson Champi Añasco

Miembro aspirante del Círculo de Derechos Humanos - UNMSM


I. Introducción

Naciones Unidas, instituyó un 20 de noviembre de 1954, con la finalidad de la instauración de un día para el fomento de la fraternidad entre los niños y las niñas del mundo, y promover su bienestar con actividades socioculturales; ratificándose por así mencionarlo, con la aprobación de la Declaración de los Derechos del Niño en 1959 y con la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989. A propósito de este último, se alega que es el tratado internacional más ratificado de la historia.


Se indica que cada veinte de noviembre deviene en una oportunidad para lograr la creación de conciencia, tanto en el ámbito educativo como en la sociedad, de que todos los niños estén resguardados de protección, de seguridad, y del gozo de una educación de calidad. Ademas, de los elementos más indispensables para todo ser humano, como lo constituyen la vida, la salud, la alimentación; sin descuidar otros ámbitos mas modernos, por así señalarlo; tales como la protección frente a la discriminación y violencia, al cambio climático y a los conflictos armados.


En ese sentido, la Convención de los Derechos del Niño nos remarca en sus artículos 2.1 y 2.2 acerca de cómo se manifiesta el principio de no discriminación en la misma, siendo así que, por un lado, se versa sobre situaciones que podrían dar origen a la discriminación y por otro lado, brinda refuerzo a la protección del Estado frente a determinadas circunstancias difíciles que padezca la niñez. Nuestro Código de los Niños y Adolescentes, versa lo siguiente sobre la igualdad de oportunidades: “Para la interpretación y aplicación de este Código se deberá considerar la igualdad de oportunidades y la no discriminación a que tiene derecho todo niño y adolescente sin distinción de sexo” [1].


En el mismo sentido, Consuelo Barletta recalca a la pobreza como la principal causa del ejercicio desigual de los derechos por los niños y adolescentes, agregándose de esta manera, como una preocupación la distribución de riqueza desigual que existen en los Estados, y que se hace manifiesto en las zonas rurales y también en los niños pertenecientes tanto a minorías como a comunidades indígenas [2]. Por ello, Cesar Landa al argumentarnos acerca del derecho a la educación, nos señala que existe una estrecha vinculación entre la educación y el ejercicio de los demás derechos fundamentales tales como el trabajo, la libertad de empresa, entre otros, debido a que si reciben una adecuada preparación, podrán insertarse en la vida económica de la nación, por lo que, se le reafirma a la educación su carácter de servicio público esencial, que le corresponde al aparato gubernamental el tener que garantizarlo directa o indirectamente [3].


Esto es, determinadas normativas nos versan acerca de los derechos del niño, nos establecen un conjunto de derechos, relativos a la vida, a la salud, la educación, a la vida familiar, a la protección contra la salud y la violencia; sin embargo, se siguen visualizando notables registros donde esgrime que tales millones de niños viven en extrema pobreza, no están escolarizados y que fallecen a temprana edad; añadido a ello, que tales estadísticas inciden en naciones en vías de desarrollo, por lo que cabe analizar el problema de fondo que lo origina. Es así como se requiere tratar este fenómeno a la luz de factores socioeconómicos, el cual forma parte de un problema estructural que responde al hecho innegable de que todos los niños no tienen las mismas condiciones de vida ni gozan de la aplicación de los mismos derechos.

Cabe mencionar que, ello deviene en un término que vuelve a poner muy de moda, que se instala en el vocabulario y en el imaginario popular; ese es el caso de la meritocracia. Actualmente, se habla de la meritocracia de forma positiva por lo que estar en contra de aquella es como estar en contra de la salud, de la paz mundial o de la infancia misma. La meritocracia designa el gobierno por las personas con mayores méritos y que es colocado en ciertas normativas nacionales, incidiendo ello en millones de niños alrededor del mundo, y que por lo que, esbozan ciertos autores en los últimos años, suele perjudicar de forma indirecta en el desarrollo del ser humano, comenzando desde su niñez, en su realización personal.


II. La meritonomia

La RAE nos define a la meritocracia como aquel sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de determinados méritos personales.


Al respecto, cabe recalcar lo señalado por el maestro iuslaboralista Jorge Rendon Vásquez, quien señalaba lo siguiente: “Cuando esta expresión fue difundida (…), se aludía con ella a la superioridad económica y, por supuesto, de componente racial blanco, como fuente primaria de los méritos y, a semejanza de las posiciones, a los orígenes y vínculos de familia, a la educación en colegios exclusivos y a la formación profesional en las universidades más caras” [4].


Ello en referencia a la realidad estadounidense. En otras palabras, se esbozaba que los mejores eran los que habían obtenido el ascenso a las posiciones económicas, sociales, políticas y culturales más encumbradas gracias a tales méritos en cuestión.


Posteriormente, la meritocracia fue difundida en las naciones en vías de desarrollo, en las cuales, los individuos descendientes de las castas menoscabadas por los colonizadores empezaron a pugnar por promoverse socialmente. Finalmente, se generalizó tal expresión, y comenzó a aplicarse tanto al ingreso como a los ascensos en la Administración Pública y demás instituciones autónomas que tengan el cargo de la prestación de determinados servicios públicos.


Es así como, para el maestro Rendon Vásquez, “meritocracia” no es lo pertinente, debido a que no significa lo que los autores de tal denominación quisieron dar a conocer. Es decir, el ascenso en la función pública, civil y militar no comportan un acceso a la función de gobernar; esto es, un acceso a la función de gobernar corresponde a los poderes del Estado y a instituciones con deberes específicos que implican la dirección y gestión estatal, además de la solución de conflictos; añadido a ello, que para el ejercicio de los poderes tanto Ejecutivo como Legislativo, no le es menester la acreditación de cierto merito alguno, debido a que sus titulares, son seleccionados por los electores, sin el requerimiento de determinadas cualidades profesionales, de aptitudes, y mucho menos de su conducta.


Aquellos nos traen a colación a la igualdad ante la ley, muy vinculado a la igualdad de oportunidades. Ello trata de señalar que se ha establecido el concurso por conocimientos y experiencia para el ejercicio de las situaciones a las cuales postula, por lo que, a propósito de aquello, el maestro Rendon Vásquez esboza que esta posibilidad debería denominarse meritonomia o dicho de otra forma el derecho del mérito:


“La meritonomia es, por lo tanto, un régimen de derecho por el cual determinadas acciones y cualidades de las personas, debidas a sus estudios, habilidad, esfuerzo y conducta, les atribuyen valores cuantificables en su apreciación objetiva por los demás, de los cuales se restan los deméritos o acciones perjudiciales o reñidas con la moral” [5].


Esa es la propuesta que respalda el maestro Rendon Vásquez. Siendo así que la meritonomia apareció con la noción de igualdad ante la ley, la cual se dio proclamación por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa de 1789, y que también fue esbozado en la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada por las Naciones Unidas.


Aquel precepto fundamental no ha sido aún traducido en la praxis social, ya que no ha sido incorporado en nuestro derecho interno de manera plena. Lo deseable sería que nuestra Constitución política reconociera el derecho del mérito como una regla esencial de nuestra sociedad, apartando como antijurídicas las calificaciones determinadas por la apreciación de los jurados, prescindiendo de basarse en los hechos objetivos señalados por los reglamentos y que sean de conocimiento de los individuos postulantes.


III. ¿La cultura del esfuerzo?

Al respecto, no se enuncia dato estadístico alguno en el presente artículo ya que como lo esbozó cierta vez Grandez Castro: “ya es hora de que se someta a un razonamiento más exigente, porque muchas veces, el mostrar unas cifras o aparecer en un ranking pareciera que excluye cualquier argumento y ese parece una grave amenaza para la razón”. Ello en correspondencia a lo que aquel denominó la dictadura de las estadísticas.


Asimismo, la historiadora Cecilia Méndez, a propósito de la crisis política peruana sucedida en los últimos años, ha esgrimido que está en concordancia de la puesta en los cargos a quienes tienen experiencia y méritos, pero que estamos ante un sistema educativo completamente desigual, por lo que, reafirma que esta es una crisis sistemática y no solamente política. Ella esboza que nos solemos quejar de situaciones que catalogamos injustas pero que hemos de deliberar como las propias reformas privatizadoras que muchos aplaudieron, entre ellas la concerniente a la de educación. Es decir, damos quejas del nivel educativo de los políticos de turno, pero no realizamos reflexión alguna de cómo llegamos a esto, lo cual tendría íntima vinculación en la educación dada a la niñez en una anterioridad.


Por otro lado, Michel Sandel nos esgrime, a propósito de su libro “Tirania del Merito: ¿Qué ha sido del bien común?”, que el sagrado sistema de meritocracia que suele fundamentar el acceso a la educación superior de nivel profesional, está en tela de juicio por algo más que la corrupción. La meritocracia se suele presentar a los “pequeños ciudadanos”, por así versarlo, con el clásico eslogan “se todo lo que quieras ser” concibiéndola como aquella creencia en la posibilidad de lograr tanto el éxito como el ascenso y movilidad social; ello a razón de que la niñez puede aceptar de manera más fácil, la existencia material de condiciones de desigualdad, en la medida, que adoptan la aspiración a que de manera autónoma con sus accionar, será merecedor del éxito, sin dar importancia el haber nacido en situación de pobreza. De manera puntual, para Sandel:


“La definición material de quienes son los mejores está determinada por factores que son ajenos a la voluntad del individuo, tales como las condiciones socio económicas, la valoración que haga el mercado de ciertas habilidades y destrezas como más deseables que otras, etc. De ahí la necesidad de comprender el azar como un elemento de éxito” [6].


Es así como Sandel cuestiona esa idea que esgrime que el destino refleja necesariamente el mérito, la cual está muy arraigada en las instituciones morales de la cultura occidental.


Lo mencionado anteriormente, trae a deliberación lo esgrimido por Carlos Gil Hernández, quien ha sido distinguido con el premio a la mejor tesis doctoral por su trabajo Rompiendo la meritocracia desde la puerta de partida: desigualdad social en la formación de habilidades y elección de escuela, en donde explica una metáfora relacionada a los cajones de salida de las carreras de caballos, para “explicar que, en la carrera por el estatus socioeconómico, los niños de las clases aventajadas salen con unos cuantos metros de ventaja ya antes de nacer”.


Tal autor esboza lo siguiente: “es una buena muestra de cómo el azar o las circunstancias que tú no eliges influyen en tu vida y tus decisiones. Creemos demasiado en otorgar responsabilidades individuales a nuestras elecciones” [7].


Gil Hernández responde a una interrogante que lleva haciéndose décadas la sociología de la estratificación social; si tan relevante es el rendimiento académico, las habilidades y el esfuerzo, de las cuales, solemos pensar de que se trata de una decisión individual que es meramente voluntaria, entonces, ¿Cómo las familias de estatus socioeconómico alto evitan que sus niños desciendan en la escalera social, aunque tengan una habilidad académica baja? [8].


El autor en mención indica lo siguiente: “Las familias de clase social más alta consiguen realizar más inversiones culturales y económicas en la educación de sus hijos gracias a sus recursos, lo que da pie a que desarrollen esas habilidades que los profesores luego consideran mérito académico” [9].


Es decir, el esfuerzo, suele tener la consideración de ser una elección personal; sin embargo, en la realidad objetiva, es de notar que se transmite culturalmente de manera distinta entre padres e hijos según su nivel socioeconómico.


En otras palabras, Gil Hernández, con las observaciones mostradas en su tesis, demostró que la promesa de que cada cual obtendría un lugar en la sociedad acorde a sus habilidades no se cumple. Además de comprobar que determinados docentes tienden a poner notas más altas a los estudiantes de clases más altas que sacan las mismas notas en PISA; el cual se constituye como un sistema estandarizado y anónimo; y que se esfuerzan al mismo nivel que alumnos más desaventajados [10].


Por lo esbozado, es de notar que el término “meritocracia” es cada vez más popular, siendo así que según estudios de Jonathan Mijs, la creencia en la meritocracia en las sociedades desarrolladas ha aumentado en las últimas décadas, pero también nos esgrime que, paradójicamente, en las naciones con las más profundas desigualdades se da una tendencia no desdeñable de creer aún más en la meritocracia. Para el autor en mención, ello constituye una “distorsión cognitiva”. Lo que se ha de observar, en atención a tal problemática, es que no se trata de eliminar las diferencias entre alumnos ni de limitar el acceso a mas conocimientos, sino de lograr un mínimo común en el proceso de aprendizaje, por lo que, se debe dar énfasis en la búsqueda de oportunidades de acceso a los distintos niveles educativos y, así poner de relieve un estándar de calidad como condición básica para el logro de una equidad educativa.


Mijs plantea la tesis de que las clases altas y las trabajadoras están tan lejos en términos de ingresos que ni siquiera son conscientes del nivel de desigualdad, y creen que es mucho más fácil llegar arriba. En síntesis, resulta relevante que un sistema educativo ofrezca condiciones similares para los estudiantes, pero sin dejar de considerar que provienen de escenarios sociales diversos y que no todos llegan con los mismos recursos a la escuela [11].


IV. ¿Cuál es el valor de la niñez?

Ciertos personajes, que van desde Jesucristo hasta el mismísimo Nietzsche, rescatan el papel de la niñez en el desarrollo de la humanidad. Por una parte, Jesucristo tenía grata predilección por los niños y los ponía como ejemplo de la inocencia, la niñez y de la pureza de alma; el mismo se identificaba con los niños al esgrimir que quien reciba a alguno de aquellos, lo recibe a él; y que para poder entrar en el cielo hay que volverse como niño.


Es de añadir que, Nietzsche concibe al niño como la figura que expresa el juego del devenir en una tensión entre las fuerzas constructivas y disgregantes de la voluntad del poder, esto es, a través del filósofo creador de valores que como el niño crea desde la inocencia, con su juego que proporciona sentidos que no caen en un telos definido, sino que se toman como sentidos provisorios. Nietzsche esboza que la inocencia lo representa el niño, y el olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma.


Darío Sztajnszrajber recalco lo esgrimido por Nietzsche, el futuro es el juego, un juego que pueda deconstruir todo lo que hoy hacemos, los niños juegan, el niño es el futuro porque el niño es creador y creativo, inventor y también olvida, y olvida en la medida justa en que hay que olvidar, el niño es libre, ya que esta ahora llorando, al segundo riendo, y al final llorando; ojala en la adultez pudiera salir y entrar en los estados de ánimo con esa facilidad, y sobre todo el juego, los adultos no hemos olvidado de jugar.


En correspondencia con lo anteriormente esgrimido, Nietzsche arguye la idea de que la creación de valores del niño implica un olvido necesario para no caer en el historicismo que sepulta el presente bajo el peso del pasado. Así, la recreación de valores constante del filósofo artista, del niño creador, se presenta como una figura capaz de dislocar el afán devorador del pasado cuando éste se convierte en una carga por haberse postulado como no plausible de reinterpretaciones.


Tal como lo señalaría Darío Sztanjnszrajber, la niñez puede ser entendida como una manera de hacer filosofía, por el tipo de preguntas ya que hace la pregunta por que le sale, por la cotidianidad mas no como en la adultez donde se realiza aquello en una práctica filosófica. No hay riqueza filosófica más amplia que en la niñez.


Sin embargo, la realización personal del niño y de todo individuo en general, se ve mermado ante este fenómeno de la meritocracia. Sztanjnszrajber maneja la tesis de que las estructuras priman ante los individuos, dicho de otro modo, el peso de las estructuras vendría a ser muy relevante en las sociedades desiguales, ya que no hay igualdad de oportunidades, por lo que, poner al mérito como único valor para determinar quien se merece tal situación o la justificación de ciertos logros, es a simple vista injusto, porque ciertos individuos puestos en una igualdad de oportunidades desde el inicio, probablemente muchos de los desarrollos individuales se devengan en distintos; no es lo mismo salir a la competencia del mercado con un contexto con todas las necesidades satisfechas para poder realizarte, que si se parte en condiciones sumamente desfavorables con todas las capacidades pero en un contexto adverso.


V. Conclusiones

Tras el breve análisis del impacto del sistema meritocrático en la niñez, se puede extraer la conclusión de que como lo señaló alguna vez Darío Sztajnszrajber, se debe también proponer que se salga de la idea de meritocracia visto solamente desde lo económico, por lo que, debemos ver que hay que ver que hay un individuo en sí, el cual es aspiracional y comparativo, al querer diferenciarse del que viene al lado tuyo, haciéndose notar esa necesidad de diferenciación mediante la exclusión.

Tampoco hay que soslayar al denominado peso de las estructuras; la meritocracia no deja de ser una forma de valorar, valoraciones que se construyen educativamente, a través del sentido común, la meritocracia en sí, es un juicio de valor que circula mucho en nuestras sociedades, y más aún en las nuestras que son individualistas y capitalistas, que lo que hace es mantener al individuo como valor último de sus capacidades y desarrollo, soslayando que muchos individuos viven a expensa de la explotación de otros; la meritocracia funciona para los que les funciona; en desmedro de los que están en las estructuras más desventajadas que por más esfuerzo que hagan, no van a alcanzar nada; no hay merito en haber nacido en condiciones favorables.

Finalmente, se puede rescatar lo esbozado por Robert Frank, quien señala que la ideología de la meritocracia viene causando un gran daño, puesto que causa afectación en las sociedades a la hora de organizarse y hacerle frente a la desigualdad, yendo en desmedro de políticas que garanticen la igualdad de oportunidades entre los que más poseen y los menos favorecidos, por lo que, minimiza la conciencia social ante las diversas problemáticas, además de ser permisiva frente a la disminución de los impuestos y de las reformas políticas, tan necesarias para la construcción de un buen entorno para el desarrollo personal del niño, y de la persona en general.

 

Referencias bibliográficas

[1] Ley N°27337, del 7 de agosto, Ley que aprueba el Nuevo Código de los Niños y Adolescentes.


[2] Consuelo Barletta, Derecho de la Niñez y Adolescencia (Lima: Fondo Editorial PUCP, 2018), 55-56.


[3] Cesar Landa, Derechos Fundamentales (Lima: Fondo Editorial PUCP, 2017), 166-167.


[4] Jorge Rendon Vásquez, “Meritocracia o Meritonomia” (comentario, 12 de noviembre del 2021)


[5] Ibid.


[6] Nina Ferrer Araujo, “La Tirania del Merito ¿Qué ha sido del bien común?: Michael J. Sandel”, Revista Internacional de Cooperación y Desarrollo (2021): 181-184.


[7] Héctor Barnes, “La mejor tesis del año es de este nazareno y muestra porque la meritocracia no funciona”, Periódico El Confidencial, 19 de octubre del 2021.


[8] Ibid.


[9] Ibid.


[10] Ibid.


[11] Julio Cotler y Ricardo Cuenca, Las desigualdades en el Perú: Balances críticos (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2011).


89 visualizaciones0 comentarios

Comments


©2024 por Circulo de Derechos Humanos

bottom of page